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Los Derechos Humanos y los Derechos de la Naturaleza son dos nombres de la misma Dignidad [1]

  • CARLA AVILA
  • 21 dic 2016
  • 3 Min. de lectura

El chaco salteño concentra el 44% del total de los niños desnutridos de la provincia. Este porcentaje basta para contradecir el discurso que hace al menos dos décadas viene pregonando al avance de la frontera agropecuaria como la panacea que salvará al mundo del hambre, al tiempo que significaría “el desarrollo de la provincia”.


Los casos de mortandad infantil en los últimos años, en su mayoría concentrados en la región del Chaco Salteño, (la misma región que concentra las mayores hectáreas de monocultivo), parecen demostrar que el único hambre que calma la soja es el ambicioso hambre económico de los empresarios agroforestales poco preocupados por la preservación del medio ambiente o por la supervivencia de las comunidades que dependen del monte; sumando la complicidad de un Estado Provincial poco, o nada dispuesto a controlar.


En la provincia de Salta, desde 1976 al 2012, se perdieron 2.074.210 hectáreas de bosque nativo. Las comunidades campesinas e indígenas llevan años denunciando que los montes de la región del chaco salteño están siendo destruidos a una inaudita velocidad.


Un reciente estudio del Observatorio de Tierras, Recursos Naturales y Medio Ambiente de la Red Agroforestal Chaco Argentina (Redaf )[2] demostró que “a cinco años de la promulgación de la Ley de Bosques, Salta registra más de 330 mil hectáreas deforestadas: 98.894 en zonas prohibidas por su ordenamiento territorial de bosques nativos (OTBN) y 53.202 violando la restricción dictada por la Corte Suprema de Justicia entre 2009 y 2011.


El 45 % de las hectáreas desmontadas en Salta fueron ejecutadas entre el año 2000 y 2012 (aproximadamente 942.000 hectáreas). Y en el mismo período, la superficie cultivada con soja se duplicó.


El discurso productivista-empresarial, ve a la naturaleza como un ‘recurso explotable’, mercantilizable, un factor más de la producción, por lo que cualquier otra visión de la misma, es descalificada, es ‘atrasada’. Por lo tanto, pretender la conservación de los montes, es atentar contra el progreso. Sin embargo, la realidad nos muestra a diario la otra cara de ese “desarrollo”.



José Santiago, y Brenda, de una comunidad Wichí; y Andrea Ruth de una comunidad Toba, todos ellos menores de 3 años, son 3 de las tantas vidas que se cobró el agronegocio y las autoridades que lo apañan e incentivan. Tres de tantas otras que no alcanzan estado público, que no se difunden. Los tres murieron por deshidratación y desnutrición.


Brenda, de 2 años, de la comunidad La Medialuna, falleció el 21 de abril como consecuencia de un agravado cuadro de desnutrición. Su hermano Fernando, falleció también en 2008 por los mismos motivos…


José Santiago, de un año y seis meses, con un peso de 7 kilos, llegó al hospital el 9 de agosto totalmente deshidratado desde la comunidad Wichi de Vertiente Chica, cercana a Alto La Sierra y murió cuando era trasladado al Centro de Recuperación Nutricional de Tartagal.


Una semana después, el 17 de agosto, Andrea Ruth de apenas cuatro meses de vida, de la comunidad Toba de Monte Carmelo, también llegó al hospital con un cuadro de deshidratación severa, diarrea y vómitos y falleció ese mismo día luego de ser trasladada a Tartagal, al hospital donde atienden dos médicos y funciona una sola ambulancia.


A pesar de los patéticos discursos de las autoridades queriendo deslindar sus responsabilidades acusando a sus padres de ‘dejadez’ o alegando ‘patrones culturales’ que los llevan a la muerte, la relación es directa: a medida que avanza la soja, avanza el desmonte, y las comunidades son privadas de sus fuentes ancestrales de alimentos y remedios. Para las comunidades originarias, el monte es su vida.


Los niños no se mueren por “falta de conocimiento de sus padres o comunidades ni por ‘ignorancia cultural’, ellos son habitantes milenarios con sabidurías milenarias, valiosísimas, lo que los está matando es la prohibición que el Estado les impone, de continuar sus tradiciones culturales libremente.



John Palmer, un antropólogo inglés que hace 30 años vive en una comunidad Wichí, considera que “Estos pueblos han sufrido un cambio económico y ecológico muy dramático. Se les quitó el almacén de donde obtenían sus víveres. Imagínese una situación en la que no se puede acceder a los propios recursos. No tienen más que los subsidios y las dádivas estatales para sostenerse, y ahí está el drama. No tienen posibilidades de auto sustento, un pueblo que durante milenios se sustentó a sí mismo y conoce el monte y los alimentos mucho más que el mejor ingeniero del mundo”.[3]


Sumado a la apropiación de sus territorios históricos, hay también un total olvido, abandono y marginación por parte del Estado que los reconoce ciudadanos, pero que solo los visita en épocas de elecciones…La emergencia sanitaria, habitacional, laboral, que viven las comunidades originarias en el norte de la provincia, empujadas a la miseria con desalojos y represión ante el avance de la agro-industria y el monocultivo, no puede seguir siendo ignorada. El desmonte ES un ECOCIDIO que se traduce en GENOCIDIO de los pueblos.




[1] Eduardo Galeano.

[2] http://redaf.org.ar/wp-content/uploads/2013/08/redaf_informe_deforestacion_1_salta_dic2012.pdf

[3] http://www.lagacetasalta.com.ar/nota/60749/sociedad/interculturalidad-se-pregona-ha-fracasado.html

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